Montevideo, madrugada del 12 de marzo de 2020
como ya lo sabrás o no (¡!), mi cerebro es ese volcano existencial ambulante con déficit de empatía y superávit de white-people-drama. En este minuto por ejemplo el drama es que no soporto que las feministas terminamos reproduciendo una rosa luxemburguesa inocentemente hipócrita que carecía tanto de estrategia cuanto de profundidad en la medida que criticaba a las sufragistas y las mujeres de clases privilegiadas mientras respaldaba al camarada patriarcal marx aunque de forma perversamente ingenua (remarcar su inocencia es lo mejor que puedo hacer por respeto a su contribución histórica, por admiración aunque no parezca, y por sororidad) dándole palo en tecnicismos conceptuales de la lucha de clases mientras:
- se olvida/ignora que problematizar/teorizar/estudiar/criticar el capitalismo, la plusvalía y la explotación laboral no quita que ella era tan privilegiada cuanto las mujeres de las castas más altas que ella menospreciaba;
- que su aporte con la acumulación del capital debería ser valorado en realidad por lo que precisamente se le atacó en su época: la osadía de cuestionar a Marx aunque en un detalle tan irrisorio sobredimensionado por egos ofendidos del eterno status quo académico elitista (y patriarcal obviamente) incluso de sectores (pseudo) progres. Es decir, su obra es loable porque desafía a una endiosada referencia fálica (vocabulario feminazi) y su religión de fieles fanáticos; pero su contenido igual legitima el propio discurso dominante patriarcal vigente entre proletariados y patronales sin distinción;
- sus argumentos son utilizados por feministas que multiplican y perpetúan pensamientos que nos debilitan a todas —lo que le sirve aún más al patriarcado— porque nos segregan con arrogancias estúpidas de ovación a una izquierda machista que explota precisamente las mismas mujeres proletarias que dicen defender ya que SIN IGUALDAD DE GÉNERO ES IMPOSIBLE LA IGUALDAD DE CLASES y tanto es así que el capitalismo, así como tantos ismos experimentados o soñados en la historia política de la humanidad (cavernismo, feudalismo, mercantilismo, monarquismo, anarquismo, socialismo, comunismo, romantismo, egocentrismo, etc, e incluso el feminismo) son productos del propio patriarcado sea porque lo cuestionan o potencian.