el orgasmo bordeaux de Valentina

Roja. Roja. Colorada. Estremecida. Así luce Valentina cuando la sangre visiblemente sube por todo su cuerpo hacia la cabeza cada vez que tiene un orgasmo. Desde la barra de la cocina la miraba admirada Patrícia. ¡Pero qué lindo se acaba esta mujer, por favor! No era que deseaba a Valentina, sino más bien envidiaba aquel placer con tal forma tan explícita, genuina, nítida. El goce en su cara. Su cara de goce. Una cosa infinita en un par de minutos, sin filtros, sin nudos, sin puntos, comas; sin aviso. Goza y listo. Jamás había Patrícia visto a alguien acabarse así. Y mira que mira bastante cada vez que la gente se liberta, se divierte, se encuentra en su mítico sofá. A Pati le encanta jugar a la anfitriona voyer. A veces se suma. A veces solo fuma. A veces los deja a todos —muy a gusto— y simplemente se va. Se va a otro mundo, sabe que el sofá los va a cuidar, se va con una sonrisa a su cama solita a soñar. Con el orgasmo de Valentina, con las alegrías de la vida, como las flores que, según Messina, podrían, quizás, curar la humanidad.